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El precio de la ignorancia ~ ¿Cuánto cuesta ser pensadores independientes?

Intercambiamos costo, precio y valor como si fuesen sinónimos, pero no siempre tienen el mismo significado. 

Vir Gaglianone

June 2023

El precio depende de circunstancias externas. El costo es personal. El valor es intangible. Por ejemplo, los precios de los libros no siempre reflejan el costo personal que requiere escribirlos, editarlos y publicarlos. El valor de un libro no es igual para el autor, que para el lector que no logró terminarlo, que para quien siente que le cambió la vida. Los precios de los libros para la facultad son siempre altos, pero después de un par de semestres pierden valor porque los editores les agregan uno que otro capítulo o estadística, y a los dos o tres años, ese libro ya “no vale” nada. 

Después está todo lo intangible, que es más difícil de calcular. Como el valor de una relación, el precio de un error o el costo de la ignorancia, que siempre es alto. No hablo de la ignorancia en sí. Tiene valor admitir que no sabemos algo y necesitamos más información. Hablo de la ignorancia de las mentes cerradas que se niegan a aprender, de la ignorancia vestida de soberbia, de la necedad, y el fanatismo. Cuesta caro negarse a aprender de la experiencia y de los errores que son inevitables, no animarnos a hacer preguntas, o a cuestionar a los líderes que nos gobiernan, no tener el valor de cambiar de opinión. 

Amo a la gente sin educación es una de las frases más conocidas de Trump, no por ser novedosa ni exclusiva, sino porque admite lo que muchos políticos piensan. Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción, nos advertía Simón Bolivar siglos atrás. Cuesta menos gobernar a un pueblo ignorante, que a un pueblo con la capacidad de cuestionar a sus líderes. No es casualidad que las castas inferiores o dhalits de la India no tengan acceso a la educación; que tantos países, aún hoy, les prohíban a las mujeres ir a la escuela; que ciertas religiones, cultos y partidos políticos insistan en la creencia ciega de sus dogmas. O estás con nosotros o estás en contra. No hay lugar para cuestionamientos. La ignorancia fomenta la polarización y siempre es más fácil gobernar a un país dividido. Creerse las mentiras de los políticos de turno, le cuesta al pueblo sus derechos, su futuro, el de sus hijos, el de sus nietos. 

¿Qué precio pagamos cuando repetimos historias y condenamos sin cuestionar, sólo porque lo dijo un partido político determinado? ¿Cuánto costaría enseñarles a los chicos, y no tan chicos, a ser pensadores independientes, a cuestionar la autoridad, a discernir entre fuentes de información confiables, propaganda política y teorías de conspiración? 

El fanatismo nos cuesta caro. Tenemos acceso, prácticamente gratis, a todo tipo de información, pero elegimos creer teorías conspirativas que no tienen lógica. Cuestionamos los sistemas binarios, pero no salimos del blanco y negro. Es conservadores o liberales, peronistas o antiperonistas, pro-vida o pro-choice, izquierda o derecha. Para todo hay que elegir uno de los dos bandos. Mientras tanto, los que creemos que ni todo lo que dice un grupo es verdad, ni todo es mentira, quedamos en el medio. Si algo no me cierra, obvio que lo voy a cuestionar. No me interesa comprar el paquete partidario entero. Y eso también tiene su precio. Tuve buenos amigos que dejaron de hablarme por criticar a sus líderes políticos.  Por otro lado, el valor que tiene descubrir quiénes realmente son o no buenos amigos es impagable. Mis amigos de verdad no dejaron de quererme por votar diferente.  

Para usar las redes sociales no tenemos que pagar, pero eso no significa que sean gratis. Pagamos con nuestra información personal y con nuestra privacidad.  El precio que pagamos por la difusión de las mentiras y el odio que se originan en esas cámaras de eco es difícil de estimar.

Respetar otras ideas, encontrar lo que tenemos en común, lo que nos une, en lugar de lo que nos divide, poder admitir cuando estamos equivocados o cuando los “del bando opuesto” tienen razón no tiene un precio definido. 

Animarnos a ser pensadores independientes es invalorable. 

Photo Credit: Monstera/Pexels


Él se fue y todo sigue igual

 Historia de un sindicato



Vir Gaglianone

June 2023

Cuando nos llamaron a la sala de conferencias para hacer el anuncio, nos imaginamos lo que nos iban a decir. No era la primera vez que nos convocaban para anunciarnos algo de lo que ya todos nos habíamos enterado. Es realmente difícil ocultar secretos en una sala de redacción llena de periodistas, gente curiosa si las hay.

Frente a todos y con su mejor sonrisa, el editor ejecutivo, llamémoslo Sánchez,  nos dijo que había decidido emprender nuevos rumbos y que a partir del lunes otro ocuparía su puesto. Tratando de que no se le note la bronca, esbozó un par de excusas que ya habíamos escuchado de otros a quienes habían echado previamente. Quiero dedicarme a viajar.  Tengo que cuidar a mis nietos, Mi esposa me extraña, Mi gato siente que lo ignoro ….

Cualquiera creería que los editores son personas creativas, con historias listas para compartir en el momento menos esperado. No siempre es el caso.

Al menos podría esmerarse e inventar algo más original, pensé mientras lo escuchaba.

Me pregunté qué estaría sintiendo él en ese momento. Quise creer que también estaba incómodo, pero que no le quedaba otra, y me prometí a mí misma que el día en que me echaran diría la verdad. Si de orgullo se trata, es mucho más denigrante intentar una historia que nadie cree, que admitir la verdad.

Pero en ese momento, todos actuamos de manera “profesional” y participamos de la farsa, tal como lo indica el manual de las empresas, ese manual tácito que vamos descubriendo cada vez que cometemos errores, cada vez que no actuamos “cómo es de esperarse en una corporación”.  Mejor intentar una mentira para pasar el mal rato.

Después del anuncio, todos volvimos a nuestros cubículos a seguir trabajando, como si nada hubiese pasado. Sánchez se despidió de todos con una sonrisa, se encerró en su luminosa oficina con ventana a la calle, y guardó sus pertenencias en esas cajas de cartón que siempre reparte la de recursos humanos, cada vez que echan a alguien. Al salir de su oficina, intercambiamos las frases acostumbradas.

Seguimos en contacto. Sí, obvio. Hagamos una reunión el mes que viene para juntarnos. Totalmente. Te llamo en un par de semanas para coordinar.

 Todos sabíamos que jamás nos volveríamos a ver.

 El nuevo jefe terminaría siendo peor que el anterior y mejor que quién lo sucedería. Lo contrataron, no por sus habilidades editoriales, sino porque previamente había trabajado en una empresa dedicada a disuadir a trabajadores de formar un sindicato.

¿No se dan cuenta de que el sindicato sólo quiere su dinero? ¿No sería mejor arreglarnos entre nosotros? Sus palabras lograron convencer a algunos de mis compañeros. La mayoría prefirió seguir las negociaciones. 

No entiendo para qué necesitan un sindicato si en el diario somos una gran familia. Saben que la puerta de mi oficina está siempre abierta, repetiría una y otra vez la dueña, sabiendo que era imposible creerle.

Finalmente llegamos a un acuerdo y firmamos un contrato que renovaríamos cada dos años. No sería justo decir que nada cambió, pero definitivamente no fue lo que esperábamos. La empresa tenía el dinero para contratar a los mejores abogados y pagar por meses de negociaciones al estilo David y Goliat, un grupito de periodistas enfrentándonos a una empresa gigante.  Siempre me pregunto si no les hubiese salido más barato darnos lo que nos correspondía que pagarles a esos abogados.  ¿Qué les hubiese costado darnos de entrada un salario decente, respetar nuestros derechos, tratarnos bien?

Pasarían varios años hasta que llegaría mi turno y me dejaran ir de la empresa. Nunca imaginé que ese diario sería la última publicación para la que escribiría. Nunca imaginé que podrían sacarme las ganas de reportear, ¡con lo que me gustaba ser periodista!  Pude haber acudido al sindicato, pelear por mi puesto, pero a esa altura ya no tenía ganas de seguir lidiando con sus trampas gratuitas, su mediocridad sin descanso.

Como dice Joan Didion, cada etapa de nuestras vidas requiere un yo diferente. En menos de un mes conseguí otro trabajo y decidí no mirar atrás.

Obvio que extraño, no a esa publicación en particular, sino al trabajo de periodista. Extraño escribir, publicar y que me lean todos los días. ¡Hasta extraño las deadlines que me motivaban a seguir escribiendo!

 Dudo que alguna vez vuelva a escribir para un diario. Al menos en este país, a la prensa escrita no le va muy bien. Todos los días echan a alguien, cierran otro diario. Fue un episodio más de mi vida en el que aprendí mucho, conocí gente, sufrí, puteé y sin duda tuve muchas satisfacciones.

Ahora sólo es cuestión de animarme a volver a escribir.

 Photo Credit: Matheus Bertelli/Pexels

Ya dejen de menospreciar nuestra inteligencia


Vir Gaglianone

May 2023

Cada vez que entro a Facebook y otras redes sociales, me encuentro con fotos de actrices, cantantes, celebridades, que ni siquiera sé bien a qué deben su fama, alegando tener el secreto de la “belleza y juventud eterna”, de poseer “genes especiales”, de ser superiores al resto de nosotras, simples mortales que envejecemos y engordamos con los años.

Desde Jennifer López, a las Kardashians, a Martha Stewart, a decenas de otras celebridades que pasaron los 40 años publican fotos súper producidas y trucadas tratando de hacernos creer que pertenecen a una raza superior. 

“Fulanita cumplió cincuenta y pico, pero tiene el cuerpo de una chica de veinte”, “Sultanita está súper delgada y sigue usando bikini a su edad”, “Menganita se sacó una foto sin maquillaje y aun así no se le ven las arrugas…”

¿Creerán que somos tontas o ciegas?  Y de serlo, ¿cuál es el mérito de esconder algo como las arrugas, algo que el resto del mundo tiene o tendrá en algún momento? 

¿Eso es todo de lo que pueden presumir?  

Sé que vivimos en una cultura en la que envejecer es una especie de pecado mortal. Y entiendo la necesidad de las celebridades de verse “bien”. Sus caras y cuerpos son sus herramientas laborales. 

Desde que tengo memoria, las revistas para mujeres, las redes sociales y otros medios de comunicación propagan estándares de belleza irreales que sólo pueden alcanzarse con cirugías plásticas, Botox, rellenos, pelucas o filtros. La mayoría de los artículos fluff que se publican en las redes sociales buscan promocionar a dichas celebridades que necesitan que su público no se olvide de ellas. Para ellas, la apariencia física puede tanto abrirles como cerrarles las puertas del éxito, independientemente de su talento y experiencia.  

Conozco a colegas que supieron ser excelentes periodistas de TV, pero que una vez pasados los 40 años no pueden encontrar trabajo.  Se estiran un poco, se rellenan la cara y para cuando ya ni se parecen a ellas mismas, sino versiones estiradas de la misma edad, encuentran un trabajo en la radio, donde los años son más fáciles de esconder. Mientras tanto, sus compañeros hombres, que también pasaron los 40, siguen trabajando, sin que sus arrugas y canas se los impidan. 

Llegamos al siglo XXI, supuestamente pisamos la luna, descubrimos galaxias a millones de años luz y dispositivos médicos que nos salvan la vida. Y, así y todo, seguimos discriminando a la gente por su edad.

Obvio que cada cual hace de su cara y de su cuerpo lo que prefiera. A quién le haga feliz estirarse la cara, que se la estire. Pero también que se haga cargo, que no mienta al respecto y trate de hacernos creer que pertenece a una raza superior que no envejece con los años. Después de todo, no es que no podamos ver sus caras estiradas, sus mejillas de formas dudosas, sus pestañas postizas tan tupidas que pareciera que ni pueden ver.

Es posible promocionarse sin mentirle a la gente en la cara. Las mujeres tenemos la capacidad e inteligencia para distinguir entre buenas y malas actrices, cantantes, músicas, artistas. No hace falta que publiquen fotos súper producidas, alegando que son sólo tomas casuales, sin maquillaje. No hace falta tratarnos de tontas, para que veamos sus películas, escuchemos su música, sigamos sus páginas en la internet. 

“Fulanita, Sultanita, Menganita” se ven espectaculares gracias a filtros, cirugías plásticas, pelucas, extensiones. Al margen de tener los recursos para pagar maquilladoras, estilistas, entrenadores, chefs personales, fuera del alcance de la mayoría de las mortales a las que tratan de impresionar, sus fotos están retocadas con filtros y efectos especiales. 

“Fulanita comparte sus secretos para verse joven y delgada” prometen los encabezados de decenas de artículos, y pasan a describir consejos ridículos que no tienen nada que ver con el hecho de que dicha celebridad ya pasó repetidas veces por el bisturí. 

Y con esto no digo que todas las celebridades traten de engañar a su público. Existen mujeres increíbles, modelos a seguir, cuyos logros van más allá de lograr esconder un par de arrugas y que no necesitan mentirnos o publicar fotos trucadas. 

Es posible admirar a mujeres mayores, con arrugas y kilos de más, por su trayectoria, logros, talento. 

Todos envejecemos. Nadie tiene el secreto de la juventud eterna. Los únicos que dejan de cumplir años son aquellos seis pies bajo tierra. No necesitamos celebridades que pretenden ser algo que no son. 

Pero no sólo son culpables del engaño las celebridades, sus equipos de mercadeo, o los medios que las promocionan, sino también aquellas que se la creen, que no sólo aceptan la mentira, sino que la festejan. “¡Eres hermosa, y si no les gusta, entonces debe ser envidia!, salen a defender los fans acusándonos de envidiosas a quienes no compartimos su fanatismo. “¿Y a vos que te molesta? Si no te gusta, ignorálo”, escriben otros, como si el engaño fuese temporario y solo afectara a las celebridades que desesperadamente intentan permanecer vigentes.

El daño que estas publicaciones les hacen a generaciones de niñas, adolescentes y mujeres es lamentable e innecesario. 

Cada uno de estos supuestamente inocentes artículos sigue perpetrando un estándar irreal de belleza que nadie puede alcanzar sin cirugías ni filtros. Millones de nenas, adolescentes y mujeres que tratan de imitar dichos estándares inalcanzables terminan deprimiéndose, sometiéndose a cirugías innecesarias, desarrollando desórdenes alimenticios, amargándose al pedo. 

Una vez cada tanto, alguna celebridad que pasó los 50 años, o los 50 kilos, sale a protestar porque ya no consigue trabajo, olvidándose de que, por años, ella también promovió estándares inalcanzables que ahora se le vienen en su contra.

A todas nos gusta empoderar a nuestras amigas, reconocer a las “mujeres chingonas” de nuestras vidas. Pero parte del proceso de empoderamiento incluye hacernos respetar, ser más selectivas, exigir y esperar más de aquellos que necesitan de nuestra atención para sobrevivir. 

Es obvio que no es fácil convencer a ciertas celebridades y publicaciones de que las mujeres tenemos metas que van más allá de estar flacas, estirarnos la cara, tapar las arrugas.  Pero el verdadero trabajo empieza con nosotras, dejando de admirar ídolos de barro, exigiendo más de quienes viven de nuestra atención, ignorando las mentiras imposibles de creer.

Ya dejemos de permitir que sigan menospreciando nuestra inteligencia.     

Crédito de foto: Yan Krukau/Pexels
Katherine Helmond, Brazil

A prestar atención

Foto: Yomare/Pixabay

Vir Gaglianone

Septiembre 2022

“No valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos”, dicen por ahí, y tienen razón.

No apreciamos nuestra salud hasta que nos enfermamos. No apreciamos a nuestra pareja hasta que nos deja por otra, o por otro. No apreciamos nuestra libertad hasta que nos damos cuenta de que la han ido cercenando, poco a poco, casi en secreto, y ya es demasiado tarde.

La moraleja del viejo cliché no es sólo que tenemos que valorar lo que tenemos, también nos recuerda que tenemos que prestar atención. Y en los últimos años, muchas cosas parecen haber escapado a nuestra atención. Alrededor del mundo, gobiernos democráticos han sido reemplazados por líderes autocráticos y personalidades de culto. Reportes de organizaciones de Derechos Humanos nos alertan de las amenazas a gobiernos democráticos y a derechos civiles. Desde China, a Rusia, a Nicaragua, a Arabia Saudita, todos los días nos llegan reportes de ataques a la prensa independiente, a la autonomía corporal, a la libertad de expresión.

En EE. UU., decenas de representantes y senadores han estado empujando legislación que dificulte el acceso al voto. La Corte Suprema ha estado tomando con impunidad decisiones que afectan nuestra autonomía corporal.

Desde la decisión del Tribunal Supremo de revocar el derecho al aborto, se han reportado historias que parecen sacadas de una película de terror. En Alabama, por ejemplo, la policía encarceló por tres meses a Ashley Banks, una joven embarazada de 23 años, con la excusa de “observar y controlar” la salud del feto. Tristemente, la historia de Ashley no es un hecho aislado. Diariamente nos enteramos de casos similares. Por algún motivo que desconozco, en la actualidad, hay personas que consideran que controlar y criminalizar a las personas embarazadas es una buena idea.  

Pero la erosión de nuestras libertades personales no se limita al derecho de decidir sobre nuestros cuerpos. Hemos visto como en Florida, el gobernador Ron DeSantis impulsó la ley conocida como “No digas gay” que prohíbe que en las escuelas siquiera se mencione el tema de orientación sexual y género. También vimos como cientos de distritos escolares a lo largo de país decidieron censurar decenas de libros por considerarlos “peligrosos”. Vimos la obsesión con prohibirles a los educadores que enseñen la parte de la historia que incluye actos de racismo y discriminación.

El problema con estas medidas ridículas y peligrosas a la vez es que causan confusión e infunden miedo. Y cuando, por miedo, empezamos a autocensurarnos, renunciamos a nuestras libertades y derechos fundamentales. Internalizar la censura es darle la llave de casa al opresor y dejar que se instale en nuestras mentes.  

Quienes crecimos durante dictaduras militares tenemos un referente de cómo nuestras libertades personales pueden desaparecer de un día al otro. Y así y todo, muchas veces nos olvidamos y también dejamos de prestar atención.  Los argentinos que crecimos bajo una de las tantas dictaduras estamos tristemente familiarizados con la censura. Crecimos escuchando a músicos que tenían que cambiar las letras de las canciones para que los militares no las pudieran entender y prohibir. Crecimos viendo películas a las que les cortaban escenas enteras, porque al censor de turno le parecían peligrosas, o inmorales, o qué se yo qué.  Nunca me imaginé que décadas más tarde, en EE. UU. y bajo un gobierno elegido por el pueblo, pasarían cosas similares.

Y no es que sea trágica ni pesimista. Es que me alarma que mis hijos no vayan a disfrutar de las mismas libertades que yo disfruté a su edad. Me alarma que, en lugar de ir para adelante, estemos yendo para atrás.

Hoy son los libros, las personas embarazadas, las historias censuradas, y quizás no nos afecte personalmente. Mañana va a ser algo que sí nos toque de cerca y va a ser demasiado tarde.

¿Y qué podemos hacer?

Podemos acordarnos de votar cada vez que tenemos la oportunidad. Podemos apoyar a la prensa independiente e informarnos. Podemos exigir más de quienes nos representan en el gobierno. Podemos leer los libros que quizás prohíban en un par de años.  Podemos apreciar y defender lo que tenemos, mientras lo tenemos.

Podemos prestar más atención.

Después no digamos que nadie nos avisó.

 

 

 

Universos paralelos

Arredondo junto a otros oficiales esperaron más de una hora antes de entrar al salón.

Vir Gaglianone

August 2022

La semana pasada, el Concilio de Uvalde, Texas, votó unánimemente a favor del despido del jefe de policía Pete Arredondo, por su desempeño en la masacre de la escuela primaria Robb, que terminó con la vida de 19 niños y dos maestras. También esa semana, la firma de abogados Bonner & Bonner anunció que representará a familiares de las víctimas, en el juicio grupal que busca 27,000 millones de dólares en compensación para dichas familias. El juicio incluye al distrito escolar de Uvalde, al concilio de la ciudad, a las agencias policiales presentes ese día y a Daniel Defense, el fabricante de los rifles de guerra AR-15 que fueron utilizados durante la matanza. El reporte de la tragedia del 24 de mayo, publicado el mes pasado, encontró que “fallos sistémicos y decisiones atroces” contribuyeron a la muerte de las 21 personas.

“Qué-Quién-Dónde-Cuándo-Por qué-Cómo” son las “6W“ (por sus siglas en inglés), o preguntas que los periodistas intentamos responder en el primer párrafo de los artículos. Las respuestas a dichas preguntas, según Hermágoras, presentan cualquier información de manera simple y eficaz. El método del retórico griego, que ha probado ser tan simple y eficaz como sus seis preguntas, ha sido adoptado por periodistas, abogados, investigadores y detectives, entre otros.

“Qué-Quién-Dónde-Cuándo-Por qué-Cómo” fue la misma información sobre la masacre que recibimos todos. Las conclusiones y opiniones, sin embargo, fueron y siguen siendo muy diferentes.

Qué: Masacre de 19 niños de entre 9 y 11 años y de dos maestras de escuela primaria.

Quién: El asesino fue Salvador Ramos, un joven de 18 años que esperó a su cumpleaños para poder comprar los rifles de guerra.

Dónde: Uvalde, Texas, EE. UU., en el salón de 4º grado.

Cuándo: 24 de mayo de 2022.

Por qué: Difícil de entender. Quizás porque comprar armas en Texas es tan fácil como comprar un par de zapatos. Quizás porque el asesino tenía desafíos mentales. Quizás porque docenas de policías fuertemente armados y blindados se quedaron en los pasillos de la escuela por más de una hora, en lugar de entrar al salón en el que Ramos estaba matando niños.

Cómo: Luego de disparar a su abuela, Ramos se dirigió a la escuela con dos rifles AR-15 y una cantidad obscena de municiones y comenzó a disparar a niños de entre 9 y 11 años de edad.

“Qué-Quién-Dónde-Cuándo-Por qué-Cómo” fue la información que décadas atrás nos dio uno de los profesores de periodismo de CSUN para que escribiéramos un artículo. En ese entonces, pensé que al darnos a todos la misma información, los artículos serían muy parecidos. Estaba equivocada. Uno tras otro leímos nuestros textos, y uno tras otro resultó ser más diferente que el anterior. Y es que, según dicen, el diablo está en los detalles; en los detalles y en la interpretación de los hechos.

Al igual que con otras masacres, la tragedia de Uvalde originó comentarios de todo tipo. “¿Y si dejamos de vender rifles de guerra AR-15, preferidos por los asesinos de las peores masacres de los últimos años?” “¿Y si regulamos la venta de armas y requerimos verificación de antecedentes?”, se preguntaron algunos. “¿Y si vendemos aún más rifles AR-15 y cada mañana salimos armados, por las dudas de tener que enfrentarnos con alguien que compró el mismo rifle?” “¿Y si obligamos a todos los educadores a portar armas, para que puedan atacar al próximo francotirador que entre a una escuela?”, se preguntaron otros.

Siempre me llamó la atención cómo las mismas 6W pueden generar interpretaciones tan diferentes, y cómo cada noticia puede utilizarse para manipular y politizar la información. La manipulación de las noticias no es algo nuevo, siempre ha existido. Lo que sí ha cambiado en las últimas décadas es la posibilidad de construir universos paralelos a partir de una misma realidad.

Con la aparición de los canales de 24 horas de noticias, en 1980, llegó la necesidad de encontrar 24 horas de información que atrapen al espectador, haciendo que las noticias se conviertan en un entretenimiento más. A esto se le sumaron las redes sociales y la información “a medida”. En la actualidad, es posible crear nuestro propio universo y enterarnos solamente de las noticias y opiniones que coincidan con nuestra manera de ver el mundo. La vecina de al lado de mi casa vive en un universo totalmente desconocido para mí. Prestamos atención a diferentes noticias, preferimos diferentes interpretaciones de la “realidad”. Vivimos lado a lado, en universos paralelos, a pocos metros de distancia.

La diversidad de interpretaciones de las 6W no es el problema; la politización y manipulación de la información sí lo son, y en la actualidad, todas las noticias se han politizado, desde las masacres, a las enfermedades globales, a la planificación familiar. En EE. UU, quienes se llaman liberales o demócratas tienden a reaccionar a noticias como la de Uvalde pidiendo mayor control en la venta de armas, mientras que quienes se consideran conservadores o republicanos generalmente piden lo contrario. ¡Hasta la pandemia del COVID-19 fue politizada! Como si vacunarse, o usar o no una mascarilla fuesen exclusivas de un partido político u otro.

En la actualidad, la afiliación política interpreta las 6W de la información y determina posturas en cuanto a temas tan fundamentales como las armas de fuego, el aborto o las vacunas. Pero no tiene que ser así. Es posible interpretar los “Qué, Cuándo, Cómo, Dónde, Por qué y Cómo” por nosotros mismos, aunque dicha interpretación no sea la misma que nos sugiere el partido político con el que nos identificamos.  Admitir que coincidimos con algunas ideas del partido contrario no es tan terrible después de todo. Evitar la próxima masacre escolar debería ser motivación suficiente para comenzar a buscar interpretaciones y soluciones en común. 

 

 

 

Los del otro bando

Foto: Peggy_Marco/Pixabay

“El Partido te dijo que rechaces la evidencia de tus ojos y oídos. Esta fue su final y más esencial orden” - George Orwell, 1984.

Vir Gaglianone

August 2022

Esta semana, los republicanos decidieron “castigar” con sus votos, o mejor dicho, con la falta de estos, a #LizCheney, una de las candidatas en las elecciones primarias republicanas del 16 de agosto pasado. Cheney, quien ha sido representante de Wyoming desde 2017, y ha ocupado una de las posiciones de liderazgo más altas del partido conservador “osó” oponerse a Donald Trump cuando votó, años atrás, a favor del juicio político del expresidente, y recientemente, al presidir las audiencias de la fallida insurrección del 6 de enero pasado. Como resultado de haber alzado la voz y cuestionado las acciones de Trump, los seguidores del exmandatario iniciaron una campaña en su contra, y apoyaron a su contrincante.

Pero lo anecdótico de los resultados arrasadores de esta semana no fue el hecho de que Cheney haya perdido las elecciones, sino el recordatorio de la poderosa influencia que los partidos políticos ejercen sobre sus miembros, miembros que tan solo unos años atrás habían votado a Cheney con amplia mayoría.

Cada día, millones de personas repiten y defienden ciegamente lo que su partido o grupo social les dice que deben apoyar o condenar, renunciando así a su capacidad de discernimiento. Esto no es algo nuevo ni exclusivo de los partidos políticos, pero se amplifica aún más a través de las redes sociales, que actúan como cámaras de eco, influyendo y reforzando nuestras opiniones.

Liberales o conservadores, feministas o machistas, izquierda o derecha, pro-vida o pro-choice.

Desde siempre, los seres humanos buscamos identificarnos y pertenecer a un grupo. Buscamos nuestra “tribu”, o grupo de personas con quienes poder identificarnos y ser nosotros mismos, sin temor a que nos rechacen. En algunos casos nos unen gustos en común, ideas políticas, nacionalidades o estilos de vida. En otros, nos une el rechazo que sentimos por ciertas personas o ideologías. Es nosotros contra ellos. Nada como un enemigo en común para sentirnos más unidos y parte de un mismo grupo.

Así me siento a veces cuando decido participar en alguna discusión de Twitter o Facebook. Inmediatamente se forman dos bandos que se atacan e insultan entre ellos. Es demócratas contra republicanos, pro-vida contra pro-choice, pro-armas contra pro-regulación, No hay término medio. O estás con ellos o estás con nosotros.

Y sin embargo, muchos de nosotros quedamos en el medio.

¿Por qué no puedo ser de un partido y de vez en cuando estar de acuerdo con propuestas del partido opuesto sin que me lluevan tuits y comentarios de odio de ambos lados? ¿Por qué no puedo ser una aliada de la comunidad LGBTQ y al mismo tiempo gustarme un comediante o una escritora determinada? ¿Por qué no puedo ser una inmigrante-latina-feminista y al mismo tiempo creer que la palabra “LatinX” es ridícula, sin que me acusen de machista?

El respetar el coraje de Liz Cheney que se animó a “desentonar” con su partido no me hace necesariamente republicana.  El no usar pronombres a medida, o memorizar los pronombres de todas las personas con quienes me cruzo cada día, no me hace intolerante. El negarme a reemplazar vocales, o cualquier otra letra al final de las palabras, con una “x”, no me hace menos feminista. ¿Por qué tenemos que aceptar el paquete entero de ideologías? ¿Por qué siempre tiene que ser un bando contra otro?

Si les preguntaran a muchos de los republicanos que esta semana votaron en contra de Cheney, si están o no a favor de los golpes de estado dirían inmediatamente que no. Y sin embargo, esta semana votaron en contra de la única mujer de su partido que tuvo el coraje de desentonar con el resto y condenar la fallida insurrección.

En las redes siempre hay dos bandos. Los demócratas adjudican todas las desgracias a los republicanos y viceversa, como si no existiesen conservadores que están a favor del control de armas y del aborto, o liberales que están a favor de las armas o sean pro-vida. No siempre tiene que ser un bando contra otro. De vez en cuando podemos buscar los que nos une en lugar de lo que nos polariza, animarnos a disentir, aunque sea con miembros de nuestro mismo grupo.

“El dueño de tal tienda dijo algo que me ofendió: no compremos más allí”. “Tal actriz dijo exactamente lo opuesto a lo que creo: cancelemos su película”.

 No se puede ir por la vida boicoteando a cada persona que tenga una diferente perspectiva de la nuestra. El enemigo de mi amigo no siempre tiene que ser mi enemigo, a menos que personalmente así yo lo decida, no porque un grupo de personas me lo indique. En nombre de la lealtad a un grupo determinado, renunciamos a nuestro derecho de cuestionarnos, elegir y opinar por nosotros mismos. Nos callamos, nos autoeditamos, nos hacemos más intolerantes.

 Es entonces cuando la tribu, o el partido político se convierte en un culto.

La polarización siempre llega de la mano de la intolerancia. No es necesario, o siquiera posible, estar de acuerdo en todo para identificarnos con un grupo en particular. Y con esto no estoy diciendo que sea fácil aceptar que no todos ven las cosas del mismo modo que nosotros, pero no podemos pretender que se respeten nuestras ideas, si no aprendemos a respetar y tolerar las ideas de los demás. Si verdaderamente estamos a favor de la diversidad, la tolerancia y el respeto por las ideas y creencias, tanto propias como de otros, tenemos que animarnos a disentir y empezar a pensar por nosotros mismos.

 

 

¿Cuándo todo esto termine, cómo hacemos para entendernos?



¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira? ¿Quién tiene la razón?

 Cuenta la historia que un padre ya anciano y su hijo pequeño iban caminando al pueblo a vender su burro, cuando se encontraron con un grupo de personas que, al ver a los tres caminando, opinaron, “El anciano no debería estar caminando, sino que debería ir montado en el burro”. El padre escuchó la sugerencia y se subió al burro. Al rato pasó otro grupo de personas y les gritaron, “El niño pequeño es quien debería ir montado en el burro, no su padre”. El anciano se bajó del burro y subió a su hijo. Nuevamente se volvieron a cruzar con un tercer grupo que criticó a ambos diciendo que tanto el padre como el hijo estaban cargando de más al pobre burro.

¿La anécdota? Al margen de enseñarnos a no dejarnos llevar por opiniones ajenas, la historia es un recordatorio de la diversidad y la validez de distintos puntos de vista, muchas veces diametralmente opuestos. 

Después de cuatro años de decepciones, mentiras, teorías conspirativas y ataques constantes a la prensa libre, no va a ser fácil desenmarañar los hechos de la propaganda política, la mentira de la verdad. 

La polarización del pueblo y la politización de todos y cada aspecto de nuestras vidas es tal, que hasta las medidas preventivas de sentido común para evitar la propagación del COVID-19, como por ejemplo el simple uso de barbijos, depende del partido político del individuo y no de una realidad que nos afecta a todos por igual.

Después de cuatro años de “locura normalizada” no va a ser fácil volvernos a entender. 

Va a llevar tiempo dejar de normalizar el racismo, el odio, la mentira. En lugar de invertir nuestra energía en tratar de demostrar “que tenemos razón y que la única verdad es la nuestra”, necesitamos encontrar un punto medio. 

Es posible, pero requiere que nos informemos, que investiguemos cuáles son las fuentes en las que se puede confiar y cuáles no.  Requiere interés en descubrir la verdad, aunque no se la que queremos escuchar. Requiere cuestionar nuestras propias posturas, nuestras indignaciones, nuestras banderas. 

La intransigencia y el fanatismo nunca son buenos consejeros. 

Es necesario cuestionar a los políticos y a los medios, pero también es necesario cuestionarnos a nosotros mismos. Dejar de repetir viejos mantras que ya no responden a esta inédita realidad. No es fácil admitir que sí, nuestro punto de vista tiene sentido, pero también tiene sentido el punto de vista de quien no piensa como nosotros. 

Estos últimos cuatro años destruyeron, entre otras muchas cosas, la confianza en los periodistas y en los medios y fomentaron la falta de tolerancia. El leitmotiv de “Si lo dice mi partido, lo defiendo. No importa que no tenga sentido, que ignore la ciencia, que ignore la lógica”, no tiene cabida en una sociedad abierta y tolerante.

Los políticos van y vienen, los gobiernos eventualmente terminan. Pero lo que siempre queda es el pueblo. Somos nosotros: demócratas, republicanos, independientes o desinteresados en la política quienes construimos un futuro en común. 

El odio, la intolerancia, la división nos perjudican a todos. Cuando escuchamos y nos esforzamos en encontrar lo que nos une, en lugar de lo que nos diferencia, entendemos el punto de vista ajeno. Y aunque no siempre podamos coincidir, a menos podemos respetarlo y llegar a un acuerdo. 

Tenemos que buscarle la vuelta para volvernos a entender.   


Nos siguen robando

 


¿Cuáles son las prioridades del Senado en medio de una pandemia? ¿Qué acciones tomaron esta semana los políticos, a quienes pagamos altos salarios para que nos representen y defiendan nuestros intereses, como respuesta a los más de 210,000 muertos y al alto índice de desempleo?

La innecesaria y peligrosa politización de la pandemia

Vir Gaglianone

August 2020

Esta semana, EE.UU. alcanzó un nuevo récord de contagios y muertes por #COVID-19. Según el registro independiente de la Universidad Johns Hopkins, hasta el viernes 17 de julio se habían reportado 3,576,157 casos confirmados y 138,358 muertos (https://coronavirus.jhu.edu/).

A esta altura, creo que a nadie le quedan dudas de que el nuevo #coronavirus llegó para quedarse, al menos por más tiempo del que cualquiera se hubiese imaginado a comienzos de año.

 El COVID-19 es un virus que hasta hace pocos meses nos era totalmente desconocido; un virus que los científicos del mundo entero siguen descubriendo día a día. Muchas de las presunciones iniciales acerca de la enfermedad han sido refutadas, aún quedan incontables preguntas por contestar.

Y ahora que tengo tu atención...


“A riot is the language of the unheard” – Martin Luther King Jr.

No es que defienda la violencia, pero si no escuchan...

¿Sentiste alguna vez que el coraje, la bronca, te rebalsa, que la indignación y la impotencia te superan, nublándote la vista hasta las lágrimas? El coraje es aún peor cuando las muertes resultado del racismo y la brutalidad policial se suceden una tras otra, año tras año, impunes.

En los últimos días ha habido protestas, saqueos e incendios en distintas partes del país. Miles de personas salieron a las calles en un intento de lidiar con ese coraje, para hacer oír su voz. Cuando el pueblo es ignorado, cuando sus derechos son pisoteados, sus voces silenciadas, sus vidas saqueadas, no te queda otra que salir a gritar, a demandar atención.

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