Historia de un sindicato
Vir Gaglianone
June 2023
Cuando nos llamaron a la sala de conferencias para hacer el anuncio, nos imaginamos lo que nos iban a decir. No era la primera vez que nos convocaban para anunciarnos algo de lo que ya todos nos habíamos enterado. Es realmente difícil ocultar secretos en una sala de redacción llena de periodistas, gente curiosa si las hay.
Frente a todos y con su mejor sonrisa, el editor ejecutivo, llamémoslo Sánchez, nos dijo que había decidido emprender nuevos rumbos y que a partir del lunes otro ocuparía su puesto. Tratando de que no se le note la bronca, esbozó un par de excusas que ya habíamos escuchado de otros a quienes habían echado previamente. Quiero dedicarme a viajar. Tengo que cuidar a mis nietos, Mi esposa me extraña, Mi gato siente que lo ignoro ….
Cualquiera creería que los editores son
personas creativas, con historias listas para compartir en el momento menos
esperado. No siempre es el caso.
Al menos podría esmerarse e inventar algo
más original, pensé mientras lo escuchaba. 
Me pregunté qué estaría sintiendo él en
ese momento. Quise creer que también estaba incómodo, pero que no le quedaba
otra, y me prometí a mí misma que el día en que me echaran diría la verdad. Si de
orgullo se trata, es mucho más denigrante intentar una historia que nadie cree,
que admitir la verdad.
Pero en ese momento, todos actuamos de manera “profesional” y participamos de la farsa, tal como lo indica el manual de las empresas, ese manual tácito que vamos descubriendo cada vez que cometemos errores, cada vez que no actuamos “cómo es de esperarse en una corporación”. Mejor intentar una mentira para pasar el mal rato.
Después del anuncio, todos volvimos a nuestros cubículos a seguir trabajando, como si nada hubiese pasado. Sánchez se despidió de todos con una sonrisa, se encerró en su luminosa oficina con ventana a la calle, y guardó sus pertenencias en esas cajas de cartón que siempre reparte la de recursos humanos, cada vez que echan a alguien. Al salir de su oficina, intercambiamos las frases acostumbradas.
Seguimos en contacto. Sí, obvio. Hagamos
una reunión el mes que viene para juntarnos. Totalmente. Te llamo en un par
de semanas para coordinar.
Todos sabíamos que jamás nos volveríamos a ver.
El nuevo jefe terminaría siendo peor que el anterior y mejor que quién lo sucedería. Lo contrataron, no por sus habilidades editoriales, sino porque previamente había trabajado en una empresa dedicada a disuadir a trabajadores de formar un sindicato.
No entiendo para qué necesitan un
sindicato si en el diario somos una gran familia. Saben que la puerta de mi
oficina está siempre abierta, repetiría una y otra
vez la dueña, sabiendo que era imposible creerle.
Finalmente llegamos a un acuerdo y
firmamos un contrato que renovaríamos cada dos años. No sería justo decir que
nada cambió, pero definitivamente no fue lo que esperábamos. La empresa tenía
el dinero para contratar a los mejores abogados y pagar por meses de
negociaciones al estilo David y Goliat, un grupito de periodistas enfrentándonos a una empresa gigante.  Siempre me
pregunto si no les hubiese salido más barato darnos lo que nos correspondía que
pagarles a esos abogados.  ¿Qué les
hubiese costado darnos de entrada un salario decente, respetar nuestros
derechos, tratarnos bien? 
Pasarían varios años hasta que llegaría mi
turno y me dejaran ir de la empresa. Nunca imaginé que ese diario sería la
última publicación para la que escribiría. Nunca imaginé que podrían sacarme
las ganas de reportear, ¡con lo que me gustaba ser periodista!  Pude haber acudido al sindicato, pelear por
mi puesto, pero a esa altura ya no tenía ganas de seguir lidiando con sus trampas
gratuitas, su mediocridad sin descanso. 
Como dice Joan Didion, cada etapa de
nuestras vidas requiere un yo diferente. En menos de un mes conseguí otro
trabajo y decidí no mirar atrás. 
Obvio que extraño, no a esa publicación en
particular, sino al trabajo de periodista. Extraño escribir, publicar y que me
lean todos los días. ¡Hasta extraño las deadlines que me motivaban a seguir
escribiendo!
 Dudo que alguna vez vuelva a escribir para un
diario. Al menos en este país, a la prensa escrita no le va muy bien. Todos los
días echan a alguien, cierran otro diario. Fue un episodio más de mi vida en el
que aprendí mucho, conocí gente, sufrí, puteé y sin duda tuve muchas
satisfacciones. 
Ahora sólo es cuestión de animarme a
volver a escribir. 





 



 
 
 
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