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| Foto: Yomare/Pixabay | 
Vir Gaglianone
“No valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos”, dicen por ahí, y tienen razón.
No apreciamos
nuestra salud hasta que nos enfermamos. No apreciamos a nuestra pareja hasta
que nos deja por otra, o por otro. No apreciamos nuestra libertad hasta que nos
damos cuenta de que la han ido cercenando, poco a poco, casi en secreto, y ya
es demasiado tarde. 
La moraleja del
viejo cliché no es sólo que tenemos que valorar lo que tenemos, también nos
recuerda que tenemos que prestar atención. Y en los últimos años, muchas cosas parecen
haber escapado a nuestra atención. Alrededor del mundo, gobiernos democráticos
han sido reemplazados por líderes autocráticos y personalidades de culto. Reportes
de organizaciones de Derechos Humanos nos alertan de las amenazas a gobiernos
democráticos y a derechos civiles. Desde China, a Rusia, a Nicaragua, a Arabia
Saudita, todos los días nos llegan reportes de ataques a la prensa
independiente, a la autonomía corporal, a la libertad de expresión.
En EE. UU., decenas
de representantes y senadores han estado empujando legislación que dificulte el
acceso al voto. La Corte Suprema ha estado tomando con impunidad decisiones que
afectan nuestra autonomía corporal. 
Desde la decisión
del Tribunal Supremo de revocar el derecho al aborto, se han reportado
historias que parecen sacadas de una película de terror. En Alabama, por
ejemplo, la policía encarceló por tres meses a Ashley Banks, una joven
embarazada de 23 años, con la excusa de “observar y controlar” la salud del
feto. Tristemente, la historia de Ashley no es un hecho aislado. Diariamente
nos enteramos de casos similares. Por algún motivo que desconozco, en la
actualidad, hay personas que consideran que controlar y criminalizar a las personas
embarazadas es una buena idea.  
Pero la erosión
de nuestras libertades personales no se limita al derecho de decidir sobre
nuestros cuerpos. Hemos visto como en Florida, el gobernador Ron DeSantis
impulsó la ley conocida como “No digas gay” que prohíbe que en las escuelas siquiera
se mencione el tema de orientación sexual y género. También vimos como cientos
de distritos escolares a lo largo de país decidieron censurar decenas de libros
por considerarlos “peligrosos”. Vimos la obsesión con prohibirles a los
educadores que enseñen la parte de la historia que incluye actos de racismo y discriminación.
El problema con estas
medidas ridículas y peligrosas a la vez es que causan confusión e infunden
miedo. Y cuando, por miedo, empezamos a autocensurarnos, renunciamos a nuestras
libertades y derechos fundamentales. Internalizar la censura es darle la llave
de casa al opresor y dejar que se instale en nuestras mentes.  
Quienes crecimos
durante dictaduras militares tenemos un referente de cómo nuestras libertades
personales pueden desaparecer de un día al otro. Y así y todo, muchas veces nos
olvidamos y también dejamos de prestar atención.  Los argentinos que crecimos bajo una de las
tantas dictaduras estamos tristemente familiarizados con la censura. Crecimos
escuchando a músicos que tenían que cambiar las letras de las canciones para
que los militares no las pudieran entender y prohibir. Crecimos viendo
películas a las que les cortaban escenas enteras, porque al censor de turno le
parecían peligrosas, o inmorales, o qué se yo qué.  Nunca me imaginé que décadas más tarde, en EE.
UU. y bajo un gobierno elegido por el pueblo, pasarían cosas similares.
Y no es que sea
trágica ni pesimista. Es que me alarma que mis hijos no vayan a disfrutar de las
mismas libertades que yo disfruté a su edad. Me alarma que, en lugar de ir para
adelante, estemos yendo para atrás. 
Hoy son los
libros, las personas embarazadas, las historias censuradas, y quizás no nos
afecte personalmente. Mañana va a ser algo que sí nos toque de cerca y va a ser
demasiado tarde. 
¿Y qué podemos
hacer?
Podemos
acordarnos de votar cada vez que tenemos la oportunidad. Podemos apoyar a la
prensa independiente e informarnos. Podemos exigir más de quienes nos
representan en el gobierno. Podemos leer los libros que quizás prohíban en un par
de años.  Podemos apreciar y defender lo
que tenemos, mientras lo tenemos.
Podemos prestar
más atención. 
Después no
digamos que nadie nos avisó.




 



 
 
 
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