Vir Gaglianone
May 2023
Cada vez que
entro a Facebook y otras redes sociales, me encuentro con fotos de actrices, cantantes,
celebridades, que ni siquiera sé bien a qué deben su fama, alegando tener el
secreto de la “belleza y juventud eterna”, de poseer “genes especiales”, de ser
superiores al resto de nosotras, simples mortales que envejecemos y engordamos con
los años.
Desde Jennifer López, a las Kardashians, a Martha Stewart, a decenas de otras celebridades que pasaron los 40 años publican fotos súper producidas y trucadas tratando de hacernos creer que pertenecen a una raza superior.
“Fulanita cumplió cincuenta y pico, pero tiene el cuerpo de una chica de veinte”, “Sultanita está súper delgada y sigue usando bikini a su edad”, “Menganita se sacó una foto sin maquillaje y aun así no se le ven las arrugas…”
¿Creerán que somos tontas o ciegas? Y de serlo, ¿cuál es el mérito de esconder algo como las arrugas, algo que el resto del mundo tiene o tendrá en algún momento?
¿Eso es todo de lo que pueden presumir?
Sé que vivimos en una cultura en la que envejecer es una especie de pecado mortal. Y entiendo la necesidad de las celebridades de verse “bien”. Sus caras y cuerpos son sus herramientas laborales.
Desde que tengo memoria, las revistas para mujeres, las redes sociales y otros medios de comunicación propagan estándares de belleza irreales que sólo pueden alcanzarse con cirugías plásticas, Botox, rellenos, pelucas o filtros. La mayoría de los artículos fluff que se publican en las redes sociales buscan promocionar a dichas celebridades que necesitan que su público no se olvide de ellas. Para ellas, la apariencia física puede tanto abrirles como cerrarles las puertas del éxito, independientemente de su talento y experiencia.
Conozco a colegas que supieron ser excelentes periodistas de TV, pero que una vez pasados los 40 años no pueden encontrar trabajo. Se estiran un poco, se rellenan la cara y para cuando ya ni se parecen a ellas mismas, sino versiones estiradas de la misma edad, encuentran un trabajo en la radio, donde los años son más fáciles de esconder. Mientras tanto, sus compañeros hombres, que también pasaron los 40, siguen trabajando, sin que sus arrugas y canas se los impidan.
Llegamos al siglo XXI, supuestamente pisamos la luna, descubrimos galaxias a millones de años luz y dispositivos médicos que nos salvan la vida. Y, así y todo, seguimos discriminando a la gente por su edad.
Obvio que cada cual hace de su cara y de su cuerpo lo que prefiera. A quién le haga feliz estirarse la cara, que se la estire. Pero también que se haga cargo, que no mienta al respecto y trate de hacernos creer que pertenece a una raza superior que no envejece con los años. Después de todo, no es que no podamos ver sus caras estiradas, sus mejillas de formas dudosas, sus pestañas postizas tan tupidas que pareciera que ni pueden ver.Es posible promocionarse sin mentirle a la gente en la cara. Las mujeres tenemos la capacidad e inteligencia para distinguir entre buenas y malas actrices, cantantes, músicas, artistas. No hace falta que publiquen fotos súper producidas, alegando que son sólo tomas casuales, sin maquillaje. No hace falta tratarnos de tontas, para que veamos sus películas, escuchemos su música, sigamos sus páginas en la internet.
“Fulanita, Sultanita, Menganita” se ven espectaculares gracias a filtros, cirugías plásticas, pelucas, extensiones. Al margen de tener los recursos para pagar maquilladoras, estilistas, entrenadores, chefs personales, fuera del alcance de la mayoría de las mortales a las que tratan de impresionar, sus fotos están retocadas con filtros y efectos especiales.
“Fulanita comparte sus secretos para verse joven y delgada” prometen los encabezados de decenas de artículos, y pasan a describir consejos ridículos que no tienen nada que ver con el hecho de que dicha celebridad ya pasó repetidas veces por el bisturí.
Y con esto no digo que todas las celebridades traten de engañar a su público. Existen mujeres increíbles, modelos a seguir, cuyos logros van más allá de lograr esconder un par de arrugas y que no necesitan mentirnos o publicar fotos trucadas.
Es posible admirar a mujeres mayores, con arrugas y kilos de más, por su trayectoria, logros, talento.
Todos envejecemos. Nadie tiene el secreto de la juventud eterna. Los únicos que dejan de cumplir años son aquellos seis pies bajo tierra. No necesitamos celebridades que pretenden ser algo que no son.
Pero no sólo son culpables del engaño las celebridades, sus equipos de mercadeo, o los medios que las promocionan, sino también aquellas que se la creen, que no sólo aceptan la mentira, sino que la festejan. “¡Eres hermosa, y si no les gusta, entonces debe ser envidia!, salen a defender los fans acusándonos de envidiosas a quienes no compartimos su fanatismo. “¿Y a vos que te molesta? Si no te gusta, ignorálo”, escriben otros, como si el engaño fuese temporario y solo afectara a las celebridades que desesperadamente intentan permanecer vigentes.
El daño que estas publicaciones les hacen a generaciones de niñas, adolescentes y mujeres es lamentable e innecesario.
Cada uno de estos supuestamente inocentes artículos sigue perpetrando un estándar irreal de belleza que nadie puede alcanzar sin cirugías ni filtros. Millones de nenas, adolescentes y mujeres que tratan de imitar dichos estándares inalcanzables terminan deprimiéndose, sometiéndose a cirugías innecesarias, desarrollando desórdenes alimenticios, amargándose al pedo.
Una vez cada tanto, alguna celebridad que pasó los 50 años, o los 50 kilos, sale a protestar porque ya no consigue trabajo, olvidándose de que, por años, ella también promovió estándares inalcanzables que ahora se le vienen en su contra.
A todas nos gusta empoderar a nuestras amigas, reconocer a las “mujeres chingonas” de nuestras vidas. Pero parte del proceso de empoderamiento incluye hacernos respetar, ser más selectivas, exigir y esperar más de aquellos que necesitan de nuestra atención para sobrevivir.
Es obvio que no es fácil convencer a ciertas celebridades y publicaciones de que las mujeres tenemos metas que van más allá de estar flacas, estirarnos la cara, tapar las arrugas. Pero el verdadero trabajo empieza con nosotras, dejando de admirar ídolos de barro, exigiendo más de quienes viven de nuestra atención, ignorando las mentiras imposibles de creer.
Ya dejemos de permitir que sigan menospreciando nuestra inteligencia.






 



 
 
 
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